Un amor que no espera nada

Para poder perdonarme, debo empezar por perdonar a los demás. Para liberarme, debo liberar a los otro del peso de mi rencor, de los errores del pasado. Para eso, la misericordia y el amor son virtudes indispensables.

Debo darme cuenta de que los demás también han sido confrontados a los traumatismos que ocasiona la vida. Debo entenderlos para que mi corazón, mi conciencia y mi inteligencia sepan que ellos no podían actuar de otro modo. Es preciso comprender y aceptar, en lo más profundo de mi ser, que ellos hicieron lo mejor que pudieron y, finalmente, admitir que ellos también necesitan del verdadero amor que libera.

Si no aprendo a amarlos, con un amor que no espera nada, no podré liberarme a mí mismo y los seguiré arrastrando en las redes de mi resentimiento. Estas redes pesan mucho sobre la conciencia que aspira, más bien, a ser liviana y libre.

Por lo general, tal como somos capaces de no resentirnos con una persona enferma o herida que no logra caminar, no esperamos de nuestras abuelas que se pongan a correr para alcanzar el bus; lo hacemos casi sin reflexionar, sin hacer esfuerzos.

También deberíamos poder comprender las situaciones personales de cada uno, y que cada quien solo puede ser lo que es. No resentirse con los demás y perdonarles es un ejercicio emocional.

Es necesario perdonar y olvidar para construir nuevas relaciones con los demás, porque, si cada vez que uno ve el rostro de una persona y en la pantalla de la mente aparecen todos los actos que me hirieron de esa persona, uno viviría y haría vivir a los demás un infierno.

El querer relaciones más verdaderas, más armoniosas y más satisfactorias es una meta y el perdón es, además, la condición que nos permitirá alcanzarla. El veneno de los sentimientos negativos intoxica nuestras vidas y nos impiden ser felices.

Extracto del libro:
Meditar para ser feliz.
El arte de manejar las emociones
Ed. Brahma Kumaris
Valerianne Bernard y Marianne Lizana

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